Volando con Leo Dan, concierto en Puno, Perú
Christian Reynoso /
Leo Dan y sus canciones siempre habían estado allí, escuchándose desde la década del 60 en radios y televisión, cuando la Nueva Ola se abría camino en Hispanoamérica. Leo Dan siempre había estado allí, desde que por primera vez cantó “Celia”, su primer gran éxito que lo catapultó a la fama y al corazón de miles de seguidores, con apenas 20 años, cuando Buenos Aires lo recibió con el corazón abierto, desde Atamisqui, un pueblito de la provincia de Santiago del Estero en el norte grande argentino donde nació. Luego seguirían “Fanny”, “Estelita”, “¿Qué tiene la niña?”, entre otros éxitos, con los que terminó de meterse al mundo a sus bolsillos.
Su voz juvenil, su dejo de argentino provinciano que hasta ahora mantiene, su evocación al amor y su música sin muchos artificios terminaron calando, cursi, con sabor a chocolate, en los sueños románticos de miles de enamorados. Desde entonces, hace más de cuarenta años, sus canciones han acompañado el romance, el “plan”, el flirteo, de aquellos años, entre paseos de calles a la salida de la misa o después de la matinée del domingo. Celias, Estelistas y Fannys desfilaron por el imaginario de jóvenes afanosos de amor. Ahora, muchos han crecido y desfallecido, pero siempre que voltean a ver a Leo Dan redescubren sus años de baladita apretadita y corazón zumbante. La música del recuerdo, la balada de oro, la llaman. Otra vez el amor.
Sólo en Lima, en la noche limeña de fin de semana, en la bruma de los bares del centro cercanos a la plaza San Martín, en olor a cerveza helada, prostitutas de esquina, gays de alquiler y rocola vieja, volví a escuchar a Leo Dan desde los años de radio y televisión. En Quilca, en el bar Don Lucho, que en el ambiente del primer piso, al lado de los baños, exhibe una rocola: dos canciones por “china”, cincuenta centavos. Allí, entre el mareo y el bolero, el vals y la música de cantina, la voz de Leo Dan se alza desde la rocola, en el momento menos pensado de la noche, sin que nadie se de cuenta, entre las mesas, la algarabía cantinera, el destapar de cerveza y el tintineo de los vasos. “Mari es mi amor” suena y los corazones de las y los clientes se eclipsan en viejos recuerdos de canciones y épocas de cuando escuchábamos, quizá sin querer, las canciones de Leo Dan en radios y televisión. Hace años. Muchos años.
Volando con Leo Dan
Viajo de Lima a Puno en un vuelo de medio día. En la escala que hace el avión en Cusco, mientras bajan y suben los pasajeros, adelante, en el primer asiento alguien firma autógrafos y posa para las fotografías que le piden. Es Leo Dan. Viaja en el mismo avión con destino a Puno. Sin nunca haberlo conocido, apenas puedo reconocerlo. Mi compañero de asiento lo confirma. Sí, es Leo Dan, no cabe duda. Viaja acompañado de tres personas que conforman su staff de músicos pero que además son su hijo, Nico; su hermano, Juan Carlos; ambos guitarristas, y el director musical, Pipo Álvarez, un chileno radicado en Bogotá.
Conversamos con Pipo y Nico mientras esperamos la partida del avión. Preguntan sobre Puno y Juliaca. Me entero entonces que Leo Dan dará conciertos en Puno, Juliaca, Cusco y Tacna. En seguida, me viene la imagen del bar Don Lucho y “Mari es mi amor” en Lima y me asalta la inquietud de asistir al concierto de Leo Dan en Puno. Entonces, le digo a Pipo que me gustaría fotografiar y escribir una crónica sobre el concierto. Encantado, me dice. En seguida, entre risas, especulamos el titular de la crónica: “Leo Dan en el altiplano peruano”, “Leo Dan en las alturas”. Reímos. Pipo me propone que los acompañe en la gira por el sur del Perú. Me tienta la idea. Veremos que pasa, contesto.
Antes de aterrizar en Juliaca alisto mi Canon. Ya en el aeropuerto mientras esperamos las maletas, fotografío a Leo Dan junto a los músicos folklóricos que siempre reciben a los pasajeros. Lo animo a tocar una zampoña. Sopla apenas cuidando de no marearse con la altura. Afuera, finalmente, antes de abordar el bus a Puno se compra un chullo. Algarabía general.
En el tramo Juliaca – Puno conversamos sobre la política peruana, las cosas que pasan en Puno, los conflictos sociales en Ituata y Pasto Grande, motivados por las actividades mineras. Pipo afirma que lo mismo pasa en cualquier país latinoaméricano. Hablamos sobre Juliaca y su fama de pequeña Taiwán de América. Juan Carlos y Pipo se interesan por determinado aparato de celular en el mercado Túpac Amaru. Ven el desorden juliaqueño en día de parada de danzas por aniversario. El bus no avanza en las calles. Pasamos por puestos de cds piratas. Encontramos Leo Dan por doquier. Pasamos por el mercado. Leo Dan pregunta, curioso, al ver la papa blanca, ¿qué es? Chuño, le digo. Luego, hablamos de las zonas rosas de Juliaca y Puno, El fogón chino, Las conejitas, Miss BB. Comemos algunos plátanos. Hablamos de literatura: Borges, García Márquez, Vargas Llosa y Arguedas. A Arguedas no lo conocen. Anotan en sus libretas los títulos de “Todas las sangres” y “Los ríos profundos”. Prometen leerlo. Nico es el más interesado.
A propósito de temas literarios, Leo Dan cuenta un chiste: Un periodista chileno llama por teléfono al escritor argentino Ernesto Sabato para pedirle una entrevista. (Leo Dan imita el dejo chileno y la frase del periodista). Sabato acepta para la siguiente semana, el día miércoles a medio día. A la siguiente semana, el periodista viaja desde Santiago a Buenos Aires para la entrevista. Antes del medio día llama nuevamente por teléfono a Sabato para indicarle que ya ha llegado a la ciudad y que en breve llegará a su casa. Sabato con mucha pena le dice que no podrá darle la entrevista. ¿Por qué?, pregunta desesperado el periodista. Porque justamente hoy, al medio día, se morirá y que por eso le será imposible atenderlo. Y cuelga el teléfono. (Leo Dan espera que nos riamos) Pero en seguida, Pipo Álvarez, el director musical, le pregunta: ¿Y se murió Sabato? No, que va, responde Leo Dan, sigue vivo el viejo y mierda ese, ja ja. Todos reímos.
A la entrada a Puno, todos quedamos deslumbrados con el paisaje del lago Titicaca y la ciudad. Ni yo mismo por más que haya visto esta imagen infinitas veces dejo de asombrarme. Pienso en la ciudad ficticia de Lago Grande y en la lujuria de febrero. El corazón retumba. Cada retorno siempre es fotográfico y neurálgico, para no perder la rima. “Si van mil personas al concierto estoy contento”, dice Leo Dan al ver el paisaje, “quizá sea la ultima vez que venga a esta ciudad”. Me hace gracia. “Tomaré muchas fotografías”, le respondo y pienso que tan sólo anoche, en Lima, terminaba a todo vuelo de cerrar la edición de un boletín de Noticias, y que hoy, en Puno, horas más tarde, estaré frente a Leo Dan en un escenario disparando la Canon a mil por hora. ¿Mañana que vendrá?, me pregunto.
Llegamos a Puno, divisamos la ciudad desde la Circunvalación Norte y finalmente arribamos al hotel donde se hospedará Leo Dan, a pocas cuadras de la plaza de Armas. Antes, hay un cruce de palabras con los organizadores en cuanto a la calidad del hotel. Igualmente termina de resolverse un asunto relacionado al transformador para el teclado de Pipo y los músicos puneños que acompañarán la tocada. Por último me despido de la delegación hasta la noche. En mi mano llevo los pases libres para las personas que quiera llevar al concierto.
El concierto en Puno
22 de octubre, 2009, 10 p.m. El Coliseo Cerrado está repleto. Tribunas, palco y sitios preferenciales están ocupados, por lo menos 2 mil personas. La muchachada ha crecido y Leo Dan se ha quedado sin cabellos. No importa. Las canciones y la voz se mantienen. El vibrar del corazón escarapela todo el cuerpo y la gente no se contiene y canta, aplaude y se emociona hasta las lágrimas. Nadie imagina que aquel hombre, muy cambiado desde su época de oro, ahora tiene 67 años, 80 kilos y que su nombre verdadero es Leopoldo Dante Tevez. Que lo único que ha hecho en su vida es componer canciones, teniendo hasta la fecha un récord de 2 mil canciones.
Leo Dan inicia su presentación acompañado por un grupo de mariachis altiplánicos, quienes al comienzo son pifiados por el público por decir que “vienen de Juliaca”. Leo Dan no se da por enterado y arremete con su voz ante los nerviosos mariachis que en un comienzo desentonan. “Que Dios te aleje de mí”, canta. Ciertamente Leo Dan desde niño ha tenido especial gusto por las rancheras y los mariachis. Por ello que, una vez famoso, vivió la década del 70 en México donde echó mano de la música mexicana, convirtiéndose en el primer baladista en grabar canciones con mariachis. Algo insólito para entonces. ¡Órale cabrón!
Viejas y jóvenes caras conocidas se ven desde el escenario. Leo Dan ha logrado juntar a distintas generaciones como siempre sucede cuando se trata de un viejo artista con corazón de joven. Así es el amor. Así es el arte. No tiene tiempo ni edad. Nadie se pierde ni un solo minuto ni gesto de Leo Dan. Ríen con sus ocurrencias porque le gusta contar chistes entre una y otra canción y bromear con sus músicos, a manera de descansar la voz. De pronto, gritos de mujeres se escuchan con furor, no sólo por Leo Dan sino por Nico Dan, el hijo, cuando el padre lo presenta y le pide que cante. La continuidad del talento.
Luego de algunos minutos llega el turno de la entrañable “Te he prometido”, canción con la que Leo Dan consolidó su éxito en México y que le abrió las puertas al gigante mundo del espectáculo azteca y el consabido rebote en diversos países. Desde entonces, Leo Dan lleva más de 40 millones de discos vendidos en todo el mundo, cifra que por supuesto, no incluye las ventas piratas. Ciertamente se dice que en cualquier mercado de América Latina se puede encontrar un disco de Leo Dan. Su página web registra más de 75 producciones discográficas, aunque muchas de ellas sean compilaciones de sus más sonadas canciones y en diversos ritmos que van desde el romántico, tango, ballenato hasta el folklore, tropical, cumbia y rock. Muchas de sus canciones también han sido traducidas al italiano, alemán, francés, ingles y japonés. Es suma, verdaderas rarezas de la música baladita.
La gente corea sus canciones. Puno enamorado responde a “Estelita” y llega el momento que a Leo Dan se le ocurre hacer subir al público al escenario. Suerte para los que llegan primero. Mujeres, hombres y niños. Nadie se pica, nadie se chupa, y todos cantan, todos quieren la foto y el abrazo con Leo Dan. Las voces desorejadas y los gallos se escuchan pero no importa, están al lado del maestro. Busco los ángulos perfectos para fotografiar la emoción de los escogidos.
Llega el turno de la afamada “Mari es mi amor”, canción que compuso en España inspirado en Mariett, su esposa, que en 1966, el mismo año que se casó con ella, fue elegida Miss Mar de Plata. Más adelante Leo Dan pide al público que se ponga de pie para que lo acompañe en una canción y entonces agradece la bendición de Jesucristo. Y es que, aunque no se comente mucho, se sabe del acercamiento de Leo Dan a la religión y a Dios. Hecho que incluso lo ha llevado a escribir el libro “Un pequeño grito de fe” que resume su pensamiento actual de hombre cercano a Dios. “Jesús es mi pastor”, “Busca a Jesús” son canciones que también reflejan esta posición, aunque ciertamente, no superen su talento y más parezcan condenarlo a un fanatismo evangelizador que no va de la mano con la dimensión de su obra musical.
Acaba el concierto. La gente deja sus lugares y se aglomera al pie del escenario para fotografiar a Leo Dan. Otro tanto, espera que baje del escenario para abrazarlo y conseguir una ansiada foto junto a él. Por un instante, me siento privilegiado por haber estado en el mismo escenario disparando mi Canon con toda libertad. Mientras todo sucumbe a lo que siempre se hace al término de un concierto, donde sólo quedan las imágenes de lo cantado, me quedo conversando con Pipo Álvarez, mientras Leo Dan es custodiado por agentes de seguridad ante la euforia de la hinchada. Seguramente su imagen sencilla: blue jean, camisa, casaca y zapatos de cuero, quedará grabada en el recuerdo de los muchos y muchas que asistieron al concierto.
Fin.